Tus zonas erróneas
Como bien sabéis muchos de vosotros y todo el alumnado iniciado en la Filosofía, la Ética es una disciplina filosófica que reflexiona en torno a la acción humana desde un punto de vista valorativo, estableciendo qué tipo de vida o de actividades son las más adecuadas para llevar una vida plena o feliz. De ahí que efectivamente, uno de los conceptos sobre el que los grandes pensadores han reflexionado en profundidad sea el de Felicidad, ligado a ideas como la de autorrealización, control de las emociones, equilibrio…
También la Psicología, hija de la Filosofía y conocimiento desligado de la misma desde el siglo XIX, momento en el que la Psicología se convierte en una ciencia independiente, trata de desentrañar esta idea de felicidad tan abstracta y en cierto sentido subjetiva, planteando la cuestión en un sentido mucho más práctico que la Filosofía y estableciendo unos principios de vida eficiente aplicables a la singularidad de cada individuo.
En esta línea, unos de los mejores libros que, a mi entender, tratan el tema es el de Wayne W. Dyer, Tus zonas erróneas, el cual se estructura en capítulos que se asemejan a una sesión de psicoterapia en la que autor y lector exploran juntos una zona errónea concreta, la cual es definida como un comportamiento autodestructivo que no se refiere a perturbaciones emocionales graves, sino a actitudes que, a grandes rasgos, pueden resumirse en cuatro tendencias básicas que, en menor o mayor grado, se hallan en nosotros:
Los esfuerzos por vivir un tiempo que no es el presente. Evitar vivir el momento presente es un mal de nuestra cultura: ahorrar, estudiar y trabajar mucho para asegurarnos un buen futuro… Esto da lugar a comportamientos evasivos que nos hacen posponer la felicidad e idealizar el futuro, no sabiendo disfrutar de todo lo que nos brinda el momento presente y reprimiéndonos y castigándonos con conductas centradas en un futuro que llegará o que tal vez no.
La tendencia a encadenarse a las expectativas que los demás o “la sociedad” tienen de uno mismo.
El autodesprecio provocado por el virus con el que nos ha contagiado la sociedad del consumo: la sociedad, la publicidad, nos anima a que nos avergoncemos de nuestro yo y lo camuflemos con sus “mágicos” productos. Muchos creen en Mandamientos que nos invitan a que amemos al prójimo como a nosotros mismos, y la pregunta clave ha de ser entonces: ¿cuánto te amas a ti mismo? El autodesprecio tiene como consecuencia que no sepamos amar a los demás.
La creencia de que nuestros sentimientos no dependen de nosotros, que no podemos controlarlos. Ser feliz no es un asunto complejo, la verdadera opción consiste en controlar los pensamientos que son los que generan los sentimientos. Debemos escoger nuestros propios pensamientos y sentimientos evitando la influencia tóxica de los que nos rodean y de su pobre visión sobre la belleza de la vida. Claro que en la vida hay problemas, pero la felicidad no debe consistir en intentar solucionarlos todos, sino en escoger cómo queremos sentirnos ante esos inevitables problemas.
Nos dice Wayne W. Dyer que la felicidad es la condición natural de la persona. Esto lo podemos constatar observando a los niños pequeños. Pero nos educan con excesivos “deberías” y “tendrías que”, que refuerzan las cuatro tendencias autodestructivas arriba explicadas: tendemos a no vivir el presente, a depender de las opiniones de los demás, a pensar y sentir que no somos valiosos (y por ende, somos incapaces de valorar a los otros), y para colmo creemos que no podemos controlar/eliminar esos pensamientos autodestructivos.
En la página 21 del libro nos dice el autor: Mira por encima de tu hombro. Te darás cuenta de que tienes a tu lado un compañero que está ahí constantemente. A falta de un nombre mejor llámalo Tu-Propia-Muerte. Puedes tener miedo a tu propia muerte o usarlo en tu beneficio. De ti depende la elección. Siendo la muerte una propuesta tan eterna y la vida tan increíblemente breve, pregúntate a ti mismo: “¿Debo evitar hacer las cosas que realmente quiero hacer?”, “ ¿Viviré mi vida como los demás quieren que la viva?”
Los únicos que podemos corregir nuestras zonas erróneas somos nosotros mismos, adoptando nuevos pensamientos que nos harán crecer y desarrollarnos desde el punto de vista emocional y generarán actitudes conducentes a una vida feliz.